sábado, 9 de abril de 2011

Crearon una cooperativa de ambulancias barriales

PUBLICADO EN TIEMPO ARGENTINO EL 9/4/2011

EN FEBRERO HUBO OTRA MUERTE POR FALTA DE ATENCIÓN EN LA 31 BIS
La impulsa una organización social en Zavaleta. Con tres autos de vecinos, siete choferes se capacitan en primeros auxilios. En otros barrios también están empezando a armarlas.
Por Damián Pussetto
Más allá de las construcciones prolijas, más acá de la avenida en la que nadie para, después de la pila de autos abandonados, justo en aquellos sitios que los mapas esconden con gris. En uno de ellos o en cualquiera se murió el martes Humberto Ruiz de muerte antinatural, y sus vecinos subieron el dolor a la autopista. Pero la muerte cotidiana no se lleva bien con los flashes e insiste en llenarse de nombres cuando las cámaras no están. Hace casi dos meses Pascual Ferreira murió en un carrito de cartonero en la puerta del Hospital Fernández, empujado por sus desesperados amigos de la 31 bis. Hace casi dos años, Alberto Crescenti, titular del Sistema de Atención Médica de Emergencia (SAME) afirmó que “por las condiciones de inseguridad”, las ambulancias no podían entrar a los barrios más postergados de la ciudad. Y no entraron nunca más.
La escandalosa ausencia del Estado se emparcha entonces como se puede. Y muchas veces no se puede. Por eso, la organización social La Poderosa puso en marcha en Zavaleta la cooperativa “Ambulancieros poderosos”, que ahora comienza a germinar también en la 31-bis. Con tres autos aportados por vecinos, siete jóvenes se están capacitando en la pista del autódromo Juan Gálvez y reciben instrucción de médicos voluntarios para tener noción de primeros auxilios y utilizar los botiquines que se compraron.
Y el Estado, otra vez ausente. Siempre ausente. Es que el gobierno porteño ni siquiera contestó la presentación formal de octubre de 2009 pidiendo que la Ciudad contrate como choferes a la gente de los barrios.
Entonces, ¿cómo se solventan los costos? En las asambleas se contesta con simpleza y contundencia: “De la misma manera que financiamos nuestros cajones, entre todos. Un sepelio cuesta no menos de $ 3000 que nadie tiene y lo ponemos entre todos. También lo hacemos para ocuparnos de nuestra salud.”
Mientras tanto, hasta que la cooperativa termine de arrancar, se corre a los hospitales en autos particulares, a pie, en carritos, en bicicleta… De todas las formas posibles, menos la más obvia y elemental, que sería sobre una camilla en una ambulancia estatal.
Al tiempo que los medios hacen humo de neumático sobre el asfalto, Pascual, Humberto, Luisito, Kevin, Leila y tantos otros inflan la oprobiosa lista en los barrios invisibles donde se muere de pobreza, indiferencia y abandono.
El principio del fin de Pascual empezó la noche del 10 de febrero, cuando recibió un balazo y con la fuerza de sus 27 años aguantó mientras en el SAME le informaban a sus amigos que estaban “en camino”, que “iban para allá”, que “ya” llegaban y otras mentiras.
Cecilia, su mujer de 24, lo abrazó y le susurró palabras que él respondió con el último hilo de vida que le quedaba, antes de comprender ambos que no había que seguir esperando. Los vecinos lo subieron a un carrito y tiraron, tiraron y tiraron, pero en la vereda del hospital la exclusión se unió a la bala para ser un escollo infranqueable.
Roxana, su hijita de 7 años, todavía lo extraña sin remedio. “Mi papá me llevaba y retiraba de la escuela todos los días. Íbamos los tres al río de la costanera a pescar los fines de semana, y también a los lagos de Palermo, a darle pan a las palomas.” Después llora y no dice más. Arquea sus labios y la mueca triste se queda con ella.