sábado, 22 de mayo de 2010

Viejo es el viento…

PUBLICADO EN TIEMPO ARGENTINO EL 22 DE MAYO DE 2010


¿Será el dolor en los gemelos cuando se endurecen?, ¿Quizá el bazo presionando como queriendo salirse?, ¿Tal vez la necesidad de dar todo lo que se tenga, conseguir un poco de oxigeno y llegar hasta el pase largo –“te la pedí corta, che”-? ¿O los sueños sin vencimiento de encontrarse un día sorteando escollos con la pelota obediente y definiendo en el último minuto? ¿Dónde habrá quedado escondida la clave que juramenta amor eterno a una camiseta que sólo visten amigos, que de tanto juntarse ahuyentando al tiempo se han puesto viejos?
Infaltable cita de honor en el club Huracán de San Justo a la siesta de los sábados y la nochecita de los miércoles, un grupo de compañeros se junta, quiere, respeta y protege desde hace 40 años, con la pelota como excusa. Juegan, que de eso se trata, aunque el menor de ellos pisa los 60 y el mayor bordea los 90. Concentran sus individualidades y emergen unificados en el nombre que ellos mismos glorifican: La Mesa 14.
“Muchas veces me pregunto qué es lo que llama la atención de lo que hacemos nosotros, no lo sé realmente, de lo que estoy seguro es de que esto es vivir”, asegura Jorge gallego López sentado en el patiecito que oficia de antesala a la cancha de once, donde el resto lo va rodeando en la larga y festejada previa de un partido cualquiera.
La única licencia que aceptaron a las reglas tradicionales del deporte, es la incorporación de un segundo árbitro. Acaso para que el esfuerzo se reparta entre dos, quizá por la tradición de apegarse a ciertas normas establecidas. Las propias se guardan bajo promesa de garantía de silencio y sólo trascienden unas pocas ante la evidencia del castigo. Es que cada asociado recibe un llavero distintivo y acepta respetar el pacto que contiene, aseveran, las bases que los mantienen unidos.
Compungidos, entonces, confiesan sin elevar la voz que debieron tomar medidas drásticas con quienes vulneraron el compromiso y, luego de jugar, se marcharon sin quedarse a tomar el vermú, falta considerada de las más graves y merecedora de expulsión.
Esas sangrías forzadas los afectan y, a pesar de ser casi 50 integrantes, extrañan a los que se fueron por no haber comprendido cómo son las cosas y, por caso, quebraron la prohibición de cercanía de mujeres. “Para evitar problemas”, explican, la única autorizada es Betty, la buffetera del club.
“No somos machistas, -aclara el gallego- simplemente la experiencia nos indicó que era mejor tener a nuestras esposas afuera de esto. Algunas son amigas entre sí, pero acá no las dejamos venir, ni las sumamos a nuestros viajes. Cuando lo intentamos, necesitamos de seis meses para arreglar líos que se habían generado en dos días. No, viejo. Mejor que las mujeres no vengan. Y si algún pollerudo tiene problemas, que se arregle él. Son nuestras reglas y el que integra la Mesa, el que se hace acreedor al llavero que lo identifica, debe aceptarlas”.
Cuatro décadas cimentando esos valores, esas formas, esas creencias. El calendario modificó apenas algunos detalles como dejar de jugar contra otros equipos, pues amparados en el concepto de veteranos, sus rivales los enfrentaban con mayoría de jugadores de alrededor de 40 años y comenzaron a perder seguido. Antes de tomar esa decisión enfrentaron a Boca y River y realizaron encuentros en muchos lugares del país y Uruguay. Despreciando contendientes, entonces, organizan excursiones para armar sus picaditos en el interior y pasarse un par de días a carcajada adolescente con tono de estudiantina. Es que el orgullo no se negocia. Jugar bien es una sentencia estampada a fuego que da un prestigio indudable hacia fuera y que vuelve para adentro como añoranza profunda. Seguir jugando, cuando el resto ya habla en pasado, supone ofrecer al riesgo los laureles cosechados. No obstante, tal vez quizá justifique todo y por eso reparten los dos juegos de camisetas entre sí. Azul y blanco para un lado, rojo y blanco para el otro. Todos con el 14 en el pecho y el 1 formado por el dibujo de una botella de vino.
¿60, 70, 80, 90 años? ¿Quién dice cuál es el límite? ¿El cuerpo que chilla?, ¿La familia que se preocupa?, ¿Quién? Ellos buscan goles sin obtener esa respuesta y firman la sentencia de que el sueño del pibe puede cumplirse cualquier día. Un gol que infle la red, el olor a linimento, el tac, tac, tac de los tapones a punto de acariciar el manto sagrado. El verde es más verde cuando se lo espía contando los minutos para meterse a jugar. Como siempre, como nunca. Como en Huracán de San Justo a la siesta de los sábados y la nochecita de los miércoles.


... Y todavía sopla
FAMOSOS
En la zona de San Justo son muy conocidos y lo eran aún antes de convertirse en la Mesa 14. En la época en que jugaban en el Ateneo Don Bosco organizaban picados los domingos para el que había que anotarse previamente. Jugaban, obviamente, los primeros 22 y entonces iba gente a las 3 de la mañana. Hasta tuvieron que hacer guardias ante ciertas trampas que descubrieron.

LA PASTILLA
“Una vez fui a un médico porque me sentía cansado, débil, y le pregunté: ¿no puede darme una pastilla? El doctor me respondió, `usted ya toma la pastilla´. Debe esta confundido, le respondí, porque no tomo ni una aspirina. Y ahí me pregunta, `¿usted no es de la Mesa 14?, bueno, ésa es la pastilla, vaya tranquilo´. No sé si es exactamente un ejemplo nuestra unión, pero estoy convencido de que a la juventud pueden interesarle ciertos valores que no siempre la televisión transmite”. Rubén Endrigo, quien dice que pasó los 70.

ENCONTRAR A PAPÁ
Ismael López es quien le pone palabras más certeras a un golpe que los afectó mucho, pero los revivió, también. “Cuando murió Horacio fue un mazazo muy fuerte. Durísimo. Tenía 52 años y ese día, contra Boca, había querido dirigir y no atajar. Terminó el primer tiempo y cayó fulminado en la cancha. A los pocos días vinieron sus dos hijos, de casi 30 años y nos dijeron: `muchachos, quédense tranquilos porque papá murió cómo y dónde quería: en la Mesa 14´. Después empezaron a venir, sobre todo uno de ellos y se quedaba a un costado, nos miraba cuando jugábamos al truco. Un día le pregunté qué hacía metido entre viejos y en el lugar donde se había muerto el padre. Me dijo, `vengo para saber cómo era mi viejo. Él era él acá´. Como era un gran jugador de truco creamos la Copa Horacio Damonte que entregamos al ganador del torneo que organizamos”.