Por DAMIÁN PUSSETTO
Especial para FÚTBOL MUNDIAL
Acaso sesenta y cuatro años resulten suficientes para acallar el estruendo y cerrar las heridas abiertas cuando Uruguay le birló la Copa del Mundo a Brasil en Río de Janeiro. Aquel “maracanazo” celeste de 1950 ya tiene su sitio en la historia y los pentacampeones se aseguraron volver a ser anfitriones en 2014, convencidos de que esta vez la carta de triunfo será efectiva.
La Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), sacó la única bolilla dispuesta y pronunció el nombre que el planeta esperaba. Joseph Blater, titular del organismo, confirmó a Brasil para que el torneo regrese a Sudamérica después de Argentina 1978. A su lado Lula, presidente del gigante del continente, no cabía en su sonrisa.
Apenas superada la euforia inicial que se desató en la región, la noticia comenzó a traducirse en números, cálculos y estadísticas que acompañarán un camino de certezas y dudas hasta que la pelota ruede.
La apuesta brasileña es clara y por eso se erigió en único candidato. Además de buscar su reválida futbolera, pretende dar señales claras para que en algún momento no demasiado lejano un juego olímpico se dispute por primera vez en tierras sureñas. De hecho, los Juegos Panamericanos 2007 celebrados en Río de Janeiro fueron el primer eslabón colocado en esa hipotética cadena y los balances se cerraron en positivo. Basados en esa experiencia, en el Ministerio de Turismo estiman que alrededor de 500 mil turistas más podrían sumarse a los cinco millones que visitan el país cada año.
No siempre es carnaval
Sin embargo, los mundiales de la era moderna exigen un nivel de infraestructura que todavía resulta remoto. La estimación oficial habla de una inversión necesaria de más de 6.000 millones de dólares. Según Carlos Langoni, ex titular del Banco Central de Brasil y encargado de la planificación financiera de la candidatura, solamente la reforma de estadios y construcción de nuevos demandará 1.200 millones.
Justamente, en ese tópico se inició también la polémica. El diputado Silvio Torres salió al cruce de las declaraciones radiantes y aseguró que “puede haber lugar para proyectos monumentales e innecesarios”.
Por otra parte, según un estudio que llevó a cabo el Sindicato Nacional de Arquitectura e Ingeniería de la estatal Agencia Brasil, 29 estadios ubicados en 26 de los 27 estados del país, no cumplen con los requisitos que exige la FIFA para ser sede de compromisos mundialistas.
El informe "Estadios Brasileños: pasados de la fecha de vencimiento", indica graves trastornos en los baños, en la estructura para la prensa y en los asientos de todos los estadios. La entidad que agrupa a 13.000 empresas de arquitectos y de ingenieros resaltó que los menos defectuosos son el Maracaná y el flamante Engenhao, ambos de Río de Janeiro, Morumbí de San Pablo, Arena da Baixada, de Curitiba, y Mangueirao, de la ciudad de Belém, en el estado de Pará, en la región amazónica.
Claro que, por ejemplo, el Kyocera Arena da Baixada, el estadio de Atlético Paranaense y tomado como ejemplo de modernidad por ser refaccionado en 1999, tiene un foso con agua rodeando que se convirtió en un pantano y es un foco de dengue.
La violencia
No obstante, el mejoramiento no sólo deberá centrarse allí. En ese sentido, el diario O´Globo anunció la designación con ironía: “La Copa es nuestra. Ahora, solo faltan los aeropuertos, las carreteras, los trenes, los metros, los estadios”, y expresó su temor a una explosión de gastos en la preparación de la cita ecuménica.
La inmediata respuesta que el gobierno tiene a mano es el lanzamiento de un plan de obras de infraestructura hasta 2011 mediante el ambicioso Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC). En ese marco está proyectada la construcción del tren rápido que conectará a Río de Janeiro con Sao Paulo y que costará 9.000 millones de dólares.
Cierto es que Brasil tendrá que dar certezas sobre cómo solucionará esos asuntos y garantizar seguridades en un terreno mucho más áspero. Entre los temas no resueltos aún está el de la creciente violencia urbana. Por caso, la Organización no gubernamental Social Watch reveló recientemente que su índice de violencia de 27.8 por ciento por cada 100 mil habitantes es uno de los más altos del mundo.
Lejos de los menesteres de la pelota y el destino, las autoridades saben perfectamente que ése será el gran desafío. En la misma conferencia de prensa posterior a la entronización, el problema apareció, aunque las respuestas fueron evasivas. Para sorpresa de muchos, una periodista le preguntó a Ricardo Teixeira, presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, qué es lo que se pensaba hacer al respecto. El dirigente lanzó una dura réplica que no incluyó una refutación puntual. “El problema de la violencia es internacional; ocurren cosas horribles en todos los países. Por ejemplo, en Estados Unidos donde entran chicos a las escuelas y disparan sobre sus compañeros, al menos eso no pasa en Brasil. Además, hay países supuestamente muy seguros donde la policía asesina a inocentes”, en muy clara referencia a la muerte de un ciudadano brasileño que fue abatido a tiros por la policía inglesa en un metro de Londres, en julio del 2005.
Acto seguido, Joseph Blatter tomó el micrófono y expresó su malestar: “Como presidente de la FIFA y patrón de esta casa debo pedir poco de respeto por el fútbol y por esta casa. Cuando Sudáfrica fue elegida como sede del Mundial 2010 hicieron la misma pregunta sobre la violencia. Por favor, un poco de respecto hacia esta casa y hacia nuestros invitados”.
La incógnita no se despejó y apenas se dilató la contestación. En tanto, el mundo aguarda ver los movimientos que dará Brasil para fijar su sentencia. Muy cerca suyo, sus vecinos Argentina y Uruguay suman votos para que todo salga bien. Recientemente acordaron dar los primeros pasos a favor de organizar en conjunto el Mundial 2030 y sus chances dependen en buena medida de la suerte que corra Brasil previamente para que Sudamérica aspire a seguir repitiendo su localía.