viernes, 2 de julio de 2010

Apenas un hombre

PUBLICADO EN TIEMPO ARGENTINO EL 2 DE JULIO DE 2010

NEGRO JEFE. Obdulio Varela, el símbolo de un Uruguay glorioso, vivió escapándose de los homenajes y aferrado a su sencillez. No quiso ser ejemplo de nada y, tal vez por eso, su impronta vuelve a aparecer tras cada triunfo Celeste.

En tiempos en los que Uruguay anda por el mundo reencontrándose con sus letras, reaparecen inevitables aquellas estampas sepias, acaso enmohecidas, tal vez desdibujadas. Los olímpicos del ’24 y el ’28, primero, los mundialistas del ’30 y del ’50, después, escribieron para la eternidad la palabra campeón al lado de la del paisito, y así corrieron los años, justificando escasez frente a los más grandes. El destello, inalterable, proyectó formas memorables en épicas batallas con cuantiosos héroes y uno, sólo uno, se elevó enorme sobre el resto hasta ocupar su lugar en el paraíso. Obdulio Jacinto Varela, el Negro Jefe, el crack, la inspiración, la quimera a alcanzar. El gran capitán que vivió y se fue escapando de esos honores. Cuanto más huía, más se entronizaba…más se convertía ya no sólo en el prócer, acaso en el Uruguay mismo.

La tarde ilustre en que se torció la historia es bien conocida. El 16 de julio de 1950 Brasil salió a coronarse campeón en un Maracaná con casi 200 mil espectadores. Le alcanzaba un empate, pues se había resuelto definir la Copa en un cuadrangular de todos contra todos, pero fue victoria Celeste, que dio vuelta el 0 a 1 y convirtió en el 2 a 1 más fabuloso y sorprendente jamás visto. Ese día nació la leyenda del Negro. Tras el gol local, con casi 33 años de edad y como mil de sabiduría, tomó la pelota con la mano para llevarla hasta el medio y reponer. Lo hizo caminando lento, bien lento, y hablando con sus compañeros. Y encontró la síntesis: “los de afuera son de palo”, les dijo y se fueron a hacer lo imposible. A la noche, Obdulio se marchó donde siempre, a refugiarse en su corazón, a contestar con su dignidad, a rechazar oropeles.
"Mi concepto de patria se basaba en la alegría de la gente humilde, que es la que más felicidad alcanza con un simple partido de fútbol. Por eso estaba feliz, pero empecé a ver a mi alrededor y lo que vi no me gustó. Los dirigentes comenzaban a subirse al carro, a organizar una celebración, y se me pudrió la cabeza. Llegó la noche, agarré unos pesos y me fui a caminar por las calles de Río. No quería esos festejos llenos de hipocresía. Me metí en una cantina, pedí una caipirinha. ¡Cómo dolía esa tristeza ajena! Me quedé tomando toda la noche con los que se fueron acercando. Me agarré una curda de padre y señor nuestro y me sentí bien. Hice algo necesario, que les debía a los brasileños.”
Se corrió de las luces y hasta se ocultó en el regreso triunfal a Montevideo. Antes de embarcarse, le mandó un telegrama a Catalina, su mujer: “No vayas al aeropuerto. No mandes a los niños. Quedate a esperarme”. Viajó de impermeable prestado, con solapas levantadas y un sombrero que enterró hasta los ojos. En Carrasco no lo vieron y se fue a deambular y perder horas que cansaran a sus vecinos hasta que depusieran la idea de homenajearlo. De madrugada llegó a su casa, saludó y se fue a dormir.
Ante el éxtasis de la consagración, el centrojás eligió ponerse al margen y se mantuvo inalterable.
Después confesó: “Nunca logré entender qué era eso de la gloria, la leyenda, el mito, tantas cosas que se han dicho. Al revés, me molesta todo eso. No me interesa. Conozco muchos casos de muchachos que creyeron que tocaban el cielo con las manos, que eran importantes, insustituibles… y después se les vino el mundo al suelo. Les faltó calle, o les faltó humildad”.
El reconocimiento que cobró el plantel de la hazaña fue un puñado de monedas, que los veinte años -¡veinte años!- de demora en pagarlas habían desvalorizado. Varela solía repetir que nació “antes” en referencia a que recién cuando dejó de jugar comenzó a circular más dinero en el fútbol. Su fiereza para negociar los contratos, tanto como los premios de todos los planteles que integró, lo hicieron una persona temida por los dirigentes. Cierta vez quisieron darle el doble que a sus compañeros y, no sólo que se negó, sino que exigió que le aumentaran esa suma a cada jugador.
Jugó en Deportivo Juventud y en Wanderers, antes de pasar a Peñarol, con el que ganó seis campeonatos. Nunca acuñó fortunas. Encima, en una ocasión perdió los ahorros de un largo período, quemados detrás del horno. Un escondite poco eficaz.
Nació pobre en el barrio de La Teja y eso lo obligó a lustrar zapatos y vender diarios para llenar el plato siendo niño. En ese entonces se le borró el apellido paterno, Muiños, para ser Varela
solamente. De ahí en más se plantó en el medio de la cancha y de la vida. Se negó a vestir publicidad en su camiseta, encabezó huelgas solidarias.
Justamente, el escritor Eduardo Galeano escribió sobre él respecto del extenso paro del ’48, que pudo mantenerse por su firmeza. “Mucho los ayudó el ejemplo de un hombre de frente alta y pocas palabras, que se crecía en el castigo, levantaba a los caídos y empujaba a los cansados: Obdulio Varela, negro, casi analfabeto, jugador de fútbol y peón de albañil”, dijo el poeta. Poco después de que su Catalina de toda la vida bajara los brazos, se dejó vencer por el asma y la tristeza en 1996 y antes de cumplir 79 años, murió tan lejos del bronce como se lo había propuesto.
El final del libroObdulio. Desde el alma, publicado en 1993 por el periodista Antonio Pippo, refleja un diálogo en el que ambos, autor y protagonista, encuentran las palabras exactas con excepcional lucidez para describir al símbolo.
–Acá me encierro y escucho a Gardel. Me dedico a esperar lo inevitable, ¿se da cuenta? A veces miro alrededor y me pregunto qué fue lo que pasó, qué es lo que hay acá realmente. Quién fui y quién soy… Usted, por ejemplo, buscaba un padre ¿no? Le diría que se tomó mucho trabajo al santo botón, porque, ¿qué es lo que ve aquí?
–Apenas un hombre. Y cariño. Cariño por todas partes.