sábado, 1 de noviembre de 2008

Maradona, tras la gloria que ya conoce


Por DAMIÁN PUSSETTO
Especial para FÚTBOL MUNDIAL

La lección de fútbol que le dio la selección chilena a su vecina argentina, había dejado desnudos a los gauchos, como crueles caricaturas de sí mismos. El feroz cachetazo atronó mucho más de lo que suele esperarse de un escueto 1 a 0 y el técnico Alfio Basile rodó escaleras abajo, mientras Julio Grondona, al mando de la AFA, miró con desdén una caída que, sabía, era inevitable si él no se interponía. Frente al abismo, entonces, no dudó en echar mano del mito para que, tras reinventarse una vez más, se hiciera cargo no sólo del equipo, sino de la mística, la ilusión y la historia. Y Diego Armando Maradona, figura, leyenda y entrenador inexperto, fue a encontrarse con el sitio que lo esperaba desde siempre.

El papel de hincha, colaborador ad-honorem y motivador que el 10 jugó en los Juegos Olímpicos de Beijing, incluso con los deportistas de diversas disciplinas, terminó de convencer al dirigente de que el plan pergeñado tras la eliminación del Mundial de Alemania 2006 comenzaba a alcanzar su madurez. Esa noche aciaga de Berlín, Grondona firmaba otro adiós conflictivo. José Pekerman se sumaba a la lista de Marcelo Bielsa y Daniel Passarella y la selección argentina armaba otra vez las valijas antes de lo imaginado. No obstante, Maradona no lucía bien. Todavía más, en abril de 2007 sufría una internación afectado de "hepatitis alcohólica", y algunos medios de prensa difundían un fuerte rumor sobre su deceso. En consecuencia, el dirigente llamó a Carlos Bianchi, quien volvió a negarse y por eso desapareció su número de la agenda, y comenzó el ciclo de Basile, trunco desde la fría relación con los jugadores y atrapado en una telaraña de cábalas. En 2008, el astro remontó la empinada cuesta y se deja ver ahora asentado, estable y con toda la energía que le queda orientada a su nuevo desafío.

El desembarco

Claro que antes de dar el sí hubo que aceitar complejos mecanismos que no tuvieron que ver con cuestiones de dinero. Primero, Grondona y Maradona bajaron sus guardias y se prometieron olvidar viejos pleitos; segundo, Carlos Salvador Bilardo entró en escena como “secretario de selecciones nacionales”. Encajar esa pieza requirió de varios movimientos. El acceso del “Narigón” se justifica en la idea de dar garantías de experiencia táctica y, también, su presencia lo ubica continuamente en el lugar de posible reemplazante. Pero la propuesta lo encontró cumpliendo funciones de Secretario de Deportes de la provincia de Buenos Aires, comentarista en radio y televisión y –fundamentalmente- enrolado en una campaña por desbancar al presidente de la AFA para arribar a ese puesto. Las conveniencias de todos y no las convicciones, pusieron en su lugar el troquel.
Tampoco resultó simple el armando del resto del cuerpo técnico. Los encargados de los juveniles, Sergio Batista y José Luis Brown, Alejandro Mancuso, Pedro Troglio, Miguel Lemme y muchos otros, circularon en la danza de nombres que se detuvo en uno. Oscar Alfredo Ruggeri, campeón en México ´86 dividió las aguas antes de empezar a navegar. Que sí, que no, hasta una amenaza de renuncia voló por los aires. Cierto es que se aceptó pasar el tema para más adelante y Maradona afrontó el primer compromiso contra Escocia sin ese detalle, mientras a un lado y a otro pareciera no quererse establecer un pesado antecedente de haber cedido en el inicio.

También se incluye entre las materias irresueltas el contrato del propio técnico, quien pretende un reconocimiento a las mejores ganancias que arribaran con él sentado en el banco. Justamente, el empresario Guillermo Tofoni se frota las manos y aventura que “Argentina será como los Beatles”. Su alegría es comprensible pues se trata del titular de World Eleven y operador del acuerdo de 18 millones de dólares por 24 partidos amistosos que AFA firmó con el grupo ruso Renova. El furor despertado en el amistoso de Glasgow certificó fielmente su profecía.

Renacer esperado

Con modestos antecedentes en ese menester –tres victorias en 23 partidos- Diego aceptó el desafío de sacudir a un equipo que deambulaba entre la apatía y la abulia. La mitad del vaso lleno conserva las imágenes de la primera media hora en Escocia, con toques, triangulaciones, presión y un golazo; la parte vacía, el resto del partido con la obstinada tendencia a lateralizar. Sin embargo, el ánimo, la ambición y la predisposición parecieran darle las primeras buenas noticias de “misión cumplida” al novel entrenador.

El shock esperado puede vislumbrarse en las declaraciones de jugadores que admiten sueños de campeonato y agregan que “con Diego todo es posible”. El respeto y admiración no entran en juego, por más que el “semi-dios” accedió a un trabajo terrenal en el que será juzgado con las generales de la ley. De hecho, dos profesionales convocados –Daniel Montenegro y Luis González- tienen tatuada su firma en sus cuerpos y varios otros se hicieron ringtones en sus teléfonos celulares con la voz de Maradona anunciándoles que los citaría.

Con dibujo táctico similar al proceso anterior, un 4-4-2 clásico, la tarea de reconstrucción se encaró desde lo anímico, agregando mínimos retoques. La aparición de Emiliano Papa y el regreso de ausentes momentáneos, resulta poco comparado con la cesión de capitanía a Javier Mascherano –con titularidad garantida-, erigido en símbolo de la entrega que se pretende de cada futbolista. Acaso esa haya sido la única decisión profunda.

Indudablemente, el sueño ha vuelto al seno de la selección y un tibio traslado alcanzó a los hinchas. Todos –jugadores, dirigentes, entrenadores, periodistas y simpatizantes- conocen que con la apuesta fuerte se dio por tomado el reto de un premio mayor. Ya no serán suficientes buenos desempeños y regresos tempranos. El final del recorrido tiene como meta seductora y lejana a la copa que dos veces fue coqueta compañera y hace años vive en casas de otros. Sudáfrica se vislumbra como un nuevo y asombroso capítulo del rey que muere y renace repetidamente. Quizá después de eso, cerrado el balance a favor o en contra, ya no se le pueda pedir más. Aunque con él nunca se sabe.