lunes, 3 de noviembre de 2008

"Bambino Veira, personaje de Buenos Aires


El libro es una biografía autorizada que relata la vida del Bambino con un ritmo demoledor. La investigación le pertenece a Hugo Rey y la redacción a Damián Pussetto. No se trata de una autobiografía pues no está escrita en primera persona. Son los autores los que se ubican como observadores ocultos y las escenas fluyen cronológicamente entrelazándose naturalmente. Los inicios, las frustraciones, la carrera futbolística, los sinsabores, la noche, la diversión… Todo irrumpe en el momento preciso. Además, Fernando Niembro y Víctor Hugo Morales le aportan realce desde prólogos precisos y conmovedores.

Serás lo que debas ser

Este es el cuento premiado y publicado en Rosario.

Se levantó temprano esa mañana, apenas dejó que el agua tocase su cara, un escueto paso del cepillo por los dientes y las manos que descendieron pesadamente bajo el chorro frío. Perdió varios minutos en la escena, mientras observaba sus largos dedos y recorría el contorno desalineado. Después dejó balancear las muñecas para que el líquido huyera. Cuando tomó el jabón, Luisa, su mujer, ya refregaba lagañas frente a él y preguntaba obviedades.

-¿Estás nervioso?, ¿no podés dormir más?

Mil vueltas en la cama, sueños agitados y sudor frío en pleno verano habían advertido a José Alberto Carricat que su descanso terminaba. Resolvió no contestar, al tiempo que musitaba sin mirarse al espejo: “La presencia de Pepé Santoro, el atrevimiento de Amadeo Carrizo, la elasticidad de Antonio Roma”. Luisa, acostumbrada a “la trilogía perfecta” tanto como al desdén de su marido, se metió de prepo para arreglarse lo exiguo antes de poner la pava y apurar unos mates breves. En el cuarto dormía Mercedes, la beba que unía sus adolescencias y los obligaba a jugar compases de gente grande, desgastando veinte años apenas estrenados.

Los dos se sentaron en la cocina. Él aceptó cuatro mates, tres bizcochos y dos recomendaciones. No tenía espacio para destinarle a una discusión doméstica. Escuchó, fingió asentir, saludó con un beso en la frente y se fue a buscar la tranquilidad necesaria para afrontar la final de la tarde. “Yo me quedo con la gorda acá, nos vemos a la noche”, dijo ella. Él asintió.

Se fue decidido. Tenía completa seguridad sobre cada situación que estaría forzado a transitar ese día y fue a cumplir con la primera. Su padre, José Manuel Carricat, lo esperaba en la ferretería desolada de domingo mañanero, con una segunda ronda de mates y “las medialunas del campeón”, como dijo Ana, la panadera que todavía conservaba, alimentaba y abrigaba la ilusión de enamorarlo. Caminó tres cuadras para llegar al negocio familiar. Horacio, el kiosquero, le había regalado el diario y comentado el sacrificio entregado al equipo de sus amores a modo de caminata hasta Luján. Tras dejar la avenida para evitar más contactos, se le apareció Cecilia –aquella novia del Primario- y le susurró cuánto esperaban todos de él. Inexorablemente debía conducir al Sportivo hacia la consagración y luego confiar en que algún dirigente de un club en serio se lo lleve hacia triunfos mayores. A él le costaba entender que en los barrios es inevitable inundar de laureles o derrotas. Si atajaba bien todos saldrían campeones y por eso se ilusionaban con “saludos para mi pueblo” desde la cima en Madrid, París o Roma.

Fue en busca de refugio entre tornillos y se encontró con un padre que ya conocía. Cincuenta y tantos años denunciados en una cadera que se aquietaba. Sus movimientos costaban cada vez más esfuerzo y acaso el pasado de hombre atlético exclusivamente se exponía en manos enormes y una voluntad de acero. La boina, de rigurosa pulcritud, brindaba anonimato a sus canas y olvido a los pelos que ya no estaban.

-Josecito, estuve estudiando a los de Juventud y no tienen un carajo. No hay forma de perder. Tenés que fijarte que el 9 no cabecee porque los centrales nuestros son dos enanos de circo. Salí siempre en los corners. Jugáte. Hoy tiene que ser tu día.

La cabeza hacia arriba y luego abajo fue su respuesta invariable. En definitiva, nunca se había opuesto a nada que viniese del “viejo”. Lo adoraba, le temía. De pronto, lo dejó en soledad con su discurso y comenzó a recordar sin querer las historias tan repetidas. El ferretero no era otra cosa más que la deformada creación que la necesidad forjó tras la debacle de un incipiente arquero español. José Manuel subió a un barco con 14 años dejando atrás el hambre y los sueños y se juró vivir para que su hijo no pasase por situaciones similares. José Alberto llevaba grabada cada jornada de su padre en Argentina como espadas que lo torturaban. Tanta privación, tanta quimera desechada, tenía que ser redimida y eso le pesaba. Casi lo asfixiaba. El serpenteado camino de rodillas enrojecidas, tardes frías de codos raspados, manos latientes y doloridas, parecía mostrar el final. Un futuro de locutores alargando a gritos su apellido, coquetea y se presenta en formas difusas. Él se deja sostener en el aire, se estira más allá de lo posible y alcanza a dominar la pelota para que descanse a su abrigo. Entonces escucha en sueños y se ve enorme dominando el arco, el área... El destino, también.

-Recordá salir largo, estirado, sino no le achicás el arco.

El catalán no paraba. Estaba a horas de su partido y confiaba en que preparaba a su hijo para la gran batalla cargándolo de consejos.

-No te pongas nervioso porque eso se nota y te prueban de cualquier lado. Vos sabés que después alguna pasa y nosotros somos un equipo de 1 a 0 y a aguantar. Si nos embocan primero, cagamos. Ahora, cuando vayas a saludar a mamá, pedíle que te dé unas bananas que te separé porque en el almuerzo en el club no vas a comer nada. Esa manía que inventaron de almorzar todos juntos es una mierda. Ya sé, ya sé, vos me explicaste que el grupo se une, que el técnico controla que nadie se exceda con el vino y todo eso, pero te matan de hambre. Unos fideítos sin salsa, una fruta, unos partidos de barajas y al campo de juego. No, José, llevate las bananas, aunque sea. Comételas a buen resguardo para que no te vean. Igualmente, qué van a decirte, si vos no estás en el arco, este equipo ni llega a la final ¿estás tranquilo?

Aseguró que sí, aún desconociendo qué sentía. Un cosquilleo molesto le daba muestras de sus nervios, no obstante, se convenció de que se trataba de un simple malestar estomacal.

-Olvidate, como te dije siempre, de las pavadas que se dicen de los arqueros. Golero, toda una vida tapando agujeros, el puesto del bobo, del gordo, y todas esas macanas. Si vos estás bien, son campeones. En las definiciones por penales seguro que todos corren para gritarle bobo al arquero ¡Mierda! Van a abrazarlo y a agradecerle. Somos únicos los arqueros. Únicos.

Saludó a su padre con un ademán, prometió volver y siguió viaje hacia su madre. Por supuesto, las bananas estaban esperándolo junto a fotos de su niñez, de su padre vestido de arquero y la gorra española que acompañó a José Manuel en su carrera trunca. Mamá Gladis limpiaba lo que ya estaba limpio y apretaba un repasador para que se lleve las tensiones. Él la abrazó y cubrió casi por completo. Luego, se sirvió de todo y volvió a la calle para caminar despacio. Se arrastró hasta lo de tía Obdulia. Beso beatificante y un “buena suerte” para sumar.

En el café, los muchachos lo notaron demasiado callado y concluyeron, sin decírselo, que “estaba cagado”. Se preocuparon por la fortuna del Sportivo y pensaron en los peores pronósticos. “Yo me mudo”, aventuró el petiso Christian. “Imaginate a los maricones del Juventud gastándonos un año y, encima, viajando a Mar del Plata para la final provincial. No, viejo, me mudo a Catamarca”. Las risas los calmaron, pero José Alberto ya no estaba. Antes de llegar al club, pegó la última vueltita por la ferretería. Abrazos mojados, palmadas y “vaya a hacer lo que sabe” oficiaron de despedida.

En el club disfrutó del primer instante de paz. Al menos todos estaban en la misma situación y la compañía le dio confianza. Después de la comida, que pasó frente a sus ojos sin ser tocada, le ofreció las bananas al ropero González que no lograba llenar su físico de back central con la vianda servida y comprada gracias a la colecta que esta vez había sido escasa. Se quejaba el defensor porque una parte de lo recolectado se invirtió en fuegos de artificio que “duran un segundo” y los estómagos rogaban –según él- por alimento.

La espera fue insoportable. De haber dispuesto camas, muchos hubieran intentado una siesta, pero el club es definitivamente pobre en espacio y los jugadores se vieron las caras en el buffet, sin saber qué hacer para gastar el tiempo. Algunos le dieron al truco, otros al ping-pong y la pareja de delanteros Fernández-Baratucci se alzó con el torneo relámpago de metegol. José Alberto los miró con los ojos perdidos. Pensaba, repasaba las lecciones, imaginaba el partido sin poder abstraerse de esas ideas. Cerca de las 3, se puso de pie y solicitó permiso para tomar un café. Le fue concedido con la condición de que lo hiciera en la cocina, junto al tanito Ferracutti, que cortaba zanahorias para la “ensalada de los campeones”, que acompañaría al “asado de los campeones”, que se debía estar listo aún sin saber el resultado, pues “la noche de los campeones” no era posible organizarla de un momento para otro. Aceptó un cigarrillo que el anonimato le habilitaba y observó la velocidad del improvisado cocinero, quien pifiaba con asombrosa suerte pues conservaba sus diez dedos de pura casualidad.

-Hay tiempo, tano. Dale más despacio –intentó tranquilizarlo sin demasiada convicción-.

-Dejame que me tranquilizo así. No puedo creer que estés tan pancho vos que sos uno de los que va a salir a la cancha.

Un atisbo de sonrisa fue toda la explicación que se dispuso a dar. No tuvo tiempo para más y estrujó la colilla en el viejo cenicero de chapa para acudir al llamado del director técnico. “¡Charla!, ¡reunirse ahora en el buffet!¨ Entrenador hecho a los tropezones, Carlos Pico atravesaba los 60 años con varias frustraciones a cuesta y se jugaba la partida de su vida. Era, quizá, la última chance de mostrarse ganador, de pasear por el barrio con la frente alta y la ropa igualmente vieja, de animarse a pedirle a Liliana, la piba de siempre, que fueran a juntar sus soledades. Creyó estar en todos los detalles, se convenció de tener las palabras justas, habló vaguedades a los gritos por 45 minutos y garabateó en un pizarrón manchado. La llegada del ómnibus frenó la perorata.

Los pobretones del Sportivo se marcharon en micro desandando apenas 800 metros. Si hasta perdieron más tiempo en subir y bajar que en la marcha. De todos modos, eso trajo aparejada una despedida con griteríos y banderas y una bienvenida todavía mejor que los mismos hinchas se prodigaron tras correr el trayecto a pie. Entraron con el pecho inflado luego de tanta euforia y antes de que la cumbia tapase todo, escucharon claramente el grito de guerra “Sportivo, vencer o morir”. La argucia pergeñada por Pico parecía comenzar a mostrar eficacia y sonrió ladeado, feliz por haber insistido tanto con la idea del traslado.

Ya en el vestuario, José desarmó pausadamente su bolsito y ni siquiera reaccionó cuando lo chicanearon llamándolo “gallego”. Cualquier otro día hubiese tomado del cuello a quien se lo dijera y aclarado, “catalán”, entre ladridos. Sin embargo, la dejó pasar, no le importó. Se vistió segundos antes del calentamiento y seguramente no escuchó el aliento de quienes lo vieron trotar junto a sus compañeros al lado de la pileta. Los de Juventud hacían lo mismo a la vista de los suyos y el duelo se dio por iniciado con esos esfuerzos de las gargantas.

José Manuel simplemente se irguió para ver la cara de su hijo. Se sentó luego, se refregó la cara, acomodó la gorra y le mintió a Gladis.

-¿Lo viste bien? –lo consultó ella-.

-Perfecto. Mejor que nunca.

Al cabo de eternidades que los neutrales hubiesen jurado fugaces, salieron a la cancha los dos equipos juntos. Tras la explosión esperada y el sorteo, José Alberto Carricat se fue para el arco con el coro de “no te pongas chivo si nada entra en el arco del león del Sportivo”, que le dedicaron los 400 vecinos. Desde detrás del alambrado lo saludó Roberto, su amigo fiel, quien subió el pulgar derecho. Mamá y papá continuaban sentados y levantaron las manos para que los ubicase con la vista.

Rápidamente comenzó a descubrir las ficciones cariñosas de su padre. Los rivales no eran troncos como le aseguró haciéndole guiños a su ánimo y su desvencijado conjunto descubría todas las falencias. Cotidianamente acumulaba méritos para integrar un listado con los peores equipos de fútbol de la historia mundial. Sus propios integrantes solían mofarse de ellos mismos cuando alguien les tomaba fotos o los filmaba. “Que no queden registros”, decían. Cierto es que aquel horror disfrazado de defensores, wines y delanteros se daba ánimo con una canción que recitaba todas las falencias notorias, pero terminaba con una advertencia. Cantaban, en referencia al penoso Sportivo, que "cuando se calienta, se para de guapo y le rompe el culito a cualquiera". Y así fue, pues con el corazón, la solidaridad y el valor por todo equipaje, se daban el gusto de visitar una gloria que, a pesar de que los cortejaba y se esfumaba, los tenía por invitados.

Pero José tuvo que volar a derecha e izquierda en los primeros cinco minutos para evitar una derrota que empezaba a sonar inevitable. Sus compañeros no tocaban la pelota. Discutían y echaban culpas sin mirar hacia el banco de suplentes, pues sabían que el técnico los confundiría más todavía.

En un alto, antes de un tiro libre, se le acercó el ropero y le pidió respuestas al entrenador.

-Hermano, el técnico sos vos. Porqué no empezás a gritar un poco que nos están pegando un baile de novela. Hacé algo, la puta que te parió.

-¿Querés que te saque? No te hagas el boludo. Si vos no la ves ni cuadrada qué mierda querés que haga.

El ropero se alejó con promesa de venganza a los golpes demorada por unas horas nomás y el diálogo escuchado en todos los sectores del estadio enfrió a las bulliciosas hinchadas. Unos porque se comían las uñas ante cada intento frustrado y otros pues aventuraban un final funesto.

-¡Antunes!, ¡Antunes! No se preocupen que hoy no entra una, pero hagan dos pases seguidos bien, la concha de la lora.

-¿Qué querés si estos deben estar falopeados? ¿No ves como corren?

La confusión invadía al seguro Carricat y al cerebral Antunes. Tal vez por eso el viejo catalán disfrutaba en la tribuna. Sabía que, ante la presión, su hijo respondería y sin importar el resultado la figura iba a ser él. Ya no le interesaba el campeonato. Al término del primer tiempo, el nene había atajado más de quince tiros difíciles y dejó a Gladis sola para buscar al dirigente de River que, invitado por un proveedor de arandelas, estaba allí a la pesca de figuras. Sobresalía por su traje de marca y el brillo de sus zapatos. Cabellera caoba de buena tintura y dos compañías que lo seguían con tesón y se esmeraban por conseguirle todo lo que pedía sin detenerse.

-¿Y?, ¿Qué me dice del pibe? –Lo inquirió el viejo cuando fingió topárselo casualmente-.

-Tiene condiciones. Es atlético, se ubica bien, pero River no es para muchos. Tendríamos que probarlo bien –contestó elegante el cazatalentos-.

-Cuando guste.

-Mire, dejemos que termine la final y el lunes hablamos. No creo que esté para entrenarse con la Primera, yo lo mandaría a la pretemporada con la Cuarta en Tandil y si todo va bien, lo fichamos y que después decida el técnico de la Tercera. En el peor de los casos, está un año en Cuarta y pica después para otro club más chico. Tenga en cuenta que con veinte años no hay mucho tiempo a su favor. Hay pibes de 17 que piden Primera a gritos.

-Discúlpeme, pero deben ser delanteros. El arquero necesita madurez. Créame que este es un puesto de especialistas y sólo los arqueros sabemos de arqueros.

-No tengo dudas. Aprecio su visión y la tendremos muy en cuenta. Se lo garantizo.

La emoción no le dejó contestar al viejo ferretero. Mientras volvía al lugar al lado de su mujer imaginó portadas de diarios, copas, vueltas olímpicas y porqué no, al nene defendiendo los colores de la selección, la argentina, claro, y si le ganaba algún partido a la española, mejor, pues aquellos lo habían destinado a él a este presente de comerciante, aunque si el Barcelona pedía precio, “¡qué bueno sería verlo en el Camp Nou!, pero mejor que termine este partido sin hacer cagadas, que se consagre y desde el lunes vemos, y me callo ante la Gladis y no le hago ni un solo gesto al Josecito y que todo siga como hasta ahora, a sentarse en el mismo sitio, cruzar los dedos y ahuyentar al demonio a la puta calle”.

En el segundo tiempo el asedio de Juventud se pronunció. Los quince minutos de descanso no habían reparado ninguna grieta. El discurso del técnico Carlos sumó confusión y el equipo prolongó la patética caricatura de sí mismo. Los once titulares se juntaron en la mitad de la cancha antes del reinicio buscando ponerse de acuerdo, no obstante, en las manos de Carricat únicamente descansaban los últimos destellos de un sueño de campeón que se diluía.

Justo cuando mandaba la pelota al decimoquinto corner en contra, se acercó hasta el viejo José un enviado de Boca con una propuesta similar a la de River. Hinchado de orgullo, el arquero frustrado casi no le respondió. Guardó su tarjeta pegada con la anterior y le explicó a Gladis que “en ese equipo de tanos quizá no sepan valorar al nene”. En realidad, el azul y rojo de San Lorenzo lo tenía atrapado desde que pisó Buenos Aires y vio la camiseta igual a la de su barca, defendida por otros jugadores en el estadio de Avenida La Plata. Esa decisión la había tomado antes de argentinizarse y permanecía arraigada en el fondo de su corazón, bien atrás del rencor profesado a su patria de origen. Solía renegar contra la España que lo había expulsado, pero se horrorizaba imaginando a su hijo en “el club de los tanos”.

Alejado de esos devaneos, José Alberto trepaba a categoría de héroe con atajadas que seguramente repetirían con tono de leyenda los descendientes de quienes miraban el choque. A izquierda, a derecha, arriba, abajo, centros, tiros libres, nada quebraba la resistencia del enorme arquero. Ni las matas de pasto que daban un trayecto antojadizo a la pelota lograban complicarlo. Y José Manuel pitaba su puro con enorme tranquilidad en la tribuna. Lo rodeaba el espanto, el temor y la resignación de quienes se veían perdidos... pero él los calmaba. “Tranquilos, esto es 0 a 0 y vamos a penales”. La definición que espantaba a todos de sólo pensarla lo animaba a él pues apostaba por el hijo y confiaba en que “algún patadura” embocase un penal.

En tanto, e Flaco Osvaldo ya mostraba señales de cansancio en su rol de referí y pensaba que el partido se había dado al revés de lo previsto. De lunes a sábado él era heladero y tenía que conservar la buena relación con todos los vecinos por la salud de su negocio. El cálculo previo le daba como mejor resultado que uno de los dos equipos tomara mucha ventaja para quedar exento de reclamos, y ahí estaba, adicionando el cuarto minuto para ver si se animaban a ponerse 1 a 0, dejarse de joder ,y poder ir a preguntarle a los tres pibitos repartidos entre el público cómo había andado la venta. Aprovechó el ingreso del mudito Sandoval, que pateaba como un caballo, adicionó otro más y rezó por un gol.

La pelota la tenía Carricat. La picó tres veces mientras le hizo gestos a todo su equipo para que saliera en bloque y que cruzara la mitad de la cancha. “Ropero, llevátelos a todos”, le gritó antes de patear con los ojos cerrados buscando fuerza. Picó detrás de la línea del medio y el recién ingresado la agarró antes de que se aquietara para ponerla de derecha sobre el área de Juventud. Desde los 5 minutos de ese segundo tiempo la pelota no visitaba ese sector. De todos modos, el zaguero Pérez la bajó de pecho mientras levantaba la vista eligiendo destino, pero tropezó y ahí estaban las ínfulas de Sandoval que lo obligaron a un despeje que no pertenecía a su estirpe. Corner, el primero para Sportivo en toda esa peleada final. El juez había decretado el adicional y todos se aprestaban para los penales, sin embargo, el fallido obligaba a prestar atención nuevamente, a implorar, a tensar los músculos.

-Rechaza la defensa y nos vamos a los penales -dijo don José en la tribuna-.

-Uno con cada uno que todavía no terminó -ordenó el técnico de Juventud-.

Mientras el cansado wing derecho iba a la esquina como condenado al patíbulo, en el área volaban manotazos y empujones. El juez llamó a los capitanes y les advirtió que no le temblaría el pulso para sacar tarjetas. No alcanzaron a oír que luego agregó en voz muy baja: “no me enganchan más para esto”.

El presidente de Sportivo se fue al bar acobardado por las recomendaciones escuchadas en sus visitas recientes al cardiólogo. El tren carguero que corre detrás de la cancha detuvo su marcha. Al menos todos creyeron verlo quieto. De pronto, José Alberto comenzó a correr. Cruzó la mitad de la cancha y un pálido Carlos Pico intentó detenerlo con un hilito de voz: “Estás loco, queda tiempo para el rebote y nos embocan de contra”. José siguió, empujó al ropero que lo tuvo unos segundos sujetado por el cuello y se paró en la puerta del área de Juventud. Ni miró hacia la tribuna pues adivinó la reprobación de su padre. Sus hinchas se dividían entre los que lo condenaban y los que abrían los ojos hasta unir las cejas con el nacimiento del pelo. Ordenó que venga el corner, la vio venir justita, ni miró si lo marcaban, no esperó, dio tres pasos y saltó, seguro de que el balón lo buscaba a él como un destino atávico. Que chocase con su frente era una simple cuestión de tiempo y estaba decidido a esperar, elevado en un aire cómplice que lo sostenía para que realice su obra con comodidad. Vio la blancura a centímetros de su cabeza y después, ya cansada, dentro del arco. Pisó apenas el pasto y corrió desesperado hacia el alambre, aún antes de sentir que empezaba a ser campeón. Buscó frenéticamente a su padre que se tomaba la cabeza y justo antes de que todos reaccionaran y pudieran gritar por rabia o alegría, alcanzó a decirle tres palabras llenas de odio, cariño, reproches y gratitud.

-¡Arquero las pelotas!-, aulló entre lágrimas.

FIN

domingo, 2 de noviembre de 2008

Seleccionado para la antología de Cuentos sobre Deportes


GANADORES CONCURSO 2008
Los integrantes del Jurado del Segundo Concurso de Cuento sobre Deportes 2008 organizado por Homo Sapiens Ediciones, Sport 78 y el diario La Capital, con el auspicio de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario, reunidos en la ciudad de Rosario el día 31 de octubre, resuelven:

otorgar el Primer Premio consistente en $3500 al cuento “Boxeador” de GUSTAVO ALBERTO TENAGLIA (seudónimo: Carlos Gorostegui)

otorgar el Segundo Premio consistente en $2500 al cuento “Catenaccio” de GRACIELA CARBONERO (seudónimo: Quemandonubes)

seleccionar para la Antología que será editada por Homo Sapiens Ediciones los siguientes cuentos:

- “Serás lo que debas ser” de DAMIÁN ORLANDO PUSSETTO (seudónimo: Tupinchegarlopa) Buenos Aires

- “Historia de un canaya” de VIVIANA MARÍA VALENTI (seudónimo: Jorge Oroño)

- “Salustti” de EMANUEL JOSUÉ GALVÁN (seudónimo: Ochoa San Martín) Buenos Aires

- “Pegado a la raya” de NORBERTO DANIEL DINOTA (seudónimo: Beto) Florida, Buenos Aires

- “La esferita de Pascal” de ALEJANDRO ROSTAGNO (seudónimo: Mauricio Planck) Miramar, Buenos Aires

- “Los golfistas” de JONATAN SANTOS (seudónimo: Morelli)

- “Sugestión” de MARINA ZUCCHI (seudónimo: Felisa Iannaccio) Ramos Mejía, Buenos Aires

- “Cuando yo sea grande” de GONZALO DANIEL RUIZ (seudónimo: Bonsay) Las Heras, Mendoza

- “La tercera pelota” de BERNARDO DANIEL SUÁREZ (seudónimo: Piscis) Capital Federal, Buenos Aires

- “Tercer tiempo” de SANDRO WALTER CENTURIÓN (seudónimo: Ficciómano) Formosa

sábado, 1 de noviembre de 2008

Maradona, tras la gloria que ya conoce


Por DAMIÁN PUSSETTO
Especial para FÚTBOL MUNDIAL

La lección de fútbol que le dio la selección chilena a su vecina argentina, había dejado desnudos a los gauchos, como crueles caricaturas de sí mismos. El feroz cachetazo atronó mucho más de lo que suele esperarse de un escueto 1 a 0 y el técnico Alfio Basile rodó escaleras abajo, mientras Julio Grondona, al mando de la AFA, miró con desdén una caída que, sabía, era inevitable si él no se interponía. Frente al abismo, entonces, no dudó en echar mano del mito para que, tras reinventarse una vez más, se hiciera cargo no sólo del equipo, sino de la mística, la ilusión y la historia. Y Diego Armando Maradona, figura, leyenda y entrenador inexperto, fue a encontrarse con el sitio que lo esperaba desde siempre.

El papel de hincha, colaborador ad-honorem y motivador que el 10 jugó en los Juegos Olímpicos de Beijing, incluso con los deportistas de diversas disciplinas, terminó de convencer al dirigente de que el plan pergeñado tras la eliminación del Mundial de Alemania 2006 comenzaba a alcanzar su madurez. Esa noche aciaga de Berlín, Grondona firmaba otro adiós conflictivo. José Pekerman se sumaba a la lista de Marcelo Bielsa y Daniel Passarella y la selección argentina armaba otra vez las valijas antes de lo imaginado. No obstante, Maradona no lucía bien. Todavía más, en abril de 2007 sufría una internación afectado de "hepatitis alcohólica", y algunos medios de prensa difundían un fuerte rumor sobre su deceso. En consecuencia, el dirigente llamó a Carlos Bianchi, quien volvió a negarse y por eso desapareció su número de la agenda, y comenzó el ciclo de Basile, trunco desde la fría relación con los jugadores y atrapado en una telaraña de cábalas. En 2008, el astro remontó la empinada cuesta y se deja ver ahora asentado, estable y con toda la energía que le queda orientada a su nuevo desafío.

El desembarco

Claro que antes de dar el sí hubo que aceitar complejos mecanismos que no tuvieron que ver con cuestiones de dinero. Primero, Grondona y Maradona bajaron sus guardias y se prometieron olvidar viejos pleitos; segundo, Carlos Salvador Bilardo entró en escena como “secretario de selecciones nacionales”. Encajar esa pieza requirió de varios movimientos. El acceso del “Narigón” se justifica en la idea de dar garantías de experiencia táctica y, también, su presencia lo ubica continuamente en el lugar de posible reemplazante. Pero la propuesta lo encontró cumpliendo funciones de Secretario de Deportes de la provincia de Buenos Aires, comentarista en radio y televisión y –fundamentalmente- enrolado en una campaña por desbancar al presidente de la AFA para arribar a ese puesto. Las conveniencias de todos y no las convicciones, pusieron en su lugar el troquel.
Tampoco resultó simple el armando del resto del cuerpo técnico. Los encargados de los juveniles, Sergio Batista y José Luis Brown, Alejandro Mancuso, Pedro Troglio, Miguel Lemme y muchos otros, circularon en la danza de nombres que se detuvo en uno. Oscar Alfredo Ruggeri, campeón en México ´86 dividió las aguas antes de empezar a navegar. Que sí, que no, hasta una amenaza de renuncia voló por los aires. Cierto es que se aceptó pasar el tema para más adelante y Maradona afrontó el primer compromiso contra Escocia sin ese detalle, mientras a un lado y a otro pareciera no quererse establecer un pesado antecedente de haber cedido en el inicio.

También se incluye entre las materias irresueltas el contrato del propio técnico, quien pretende un reconocimiento a las mejores ganancias que arribaran con él sentado en el banco. Justamente, el empresario Guillermo Tofoni se frota las manos y aventura que “Argentina será como los Beatles”. Su alegría es comprensible pues se trata del titular de World Eleven y operador del acuerdo de 18 millones de dólares por 24 partidos amistosos que AFA firmó con el grupo ruso Renova. El furor despertado en el amistoso de Glasgow certificó fielmente su profecía.

Renacer esperado

Con modestos antecedentes en ese menester –tres victorias en 23 partidos- Diego aceptó el desafío de sacudir a un equipo que deambulaba entre la apatía y la abulia. La mitad del vaso lleno conserva las imágenes de la primera media hora en Escocia, con toques, triangulaciones, presión y un golazo; la parte vacía, el resto del partido con la obstinada tendencia a lateralizar. Sin embargo, el ánimo, la ambición y la predisposición parecieran darle las primeras buenas noticias de “misión cumplida” al novel entrenador.

El shock esperado puede vislumbrarse en las declaraciones de jugadores que admiten sueños de campeonato y agregan que “con Diego todo es posible”. El respeto y admiración no entran en juego, por más que el “semi-dios” accedió a un trabajo terrenal en el que será juzgado con las generales de la ley. De hecho, dos profesionales convocados –Daniel Montenegro y Luis González- tienen tatuada su firma en sus cuerpos y varios otros se hicieron ringtones en sus teléfonos celulares con la voz de Maradona anunciándoles que los citaría.

Con dibujo táctico similar al proceso anterior, un 4-4-2 clásico, la tarea de reconstrucción se encaró desde lo anímico, agregando mínimos retoques. La aparición de Emiliano Papa y el regreso de ausentes momentáneos, resulta poco comparado con la cesión de capitanía a Javier Mascherano –con titularidad garantida-, erigido en símbolo de la entrega que se pretende de cada futbolista. Acaso esa haya sido la única decisión profunda.

Indudablemente, el sueño ha vuelto al seno de la selección y un tibio traslado alcanzó a los hinchas. Todos –jugadores, dirigentes, entrenadores, periodistas y simpatizantes- conocen que con la apuesta fuerte se dio por tomado el reto de un premio mayor. Ya no serán suficientes buenos desempeños y regresos tempranos. El final del recorrido tiene como meta seductora y lejana a la copa que dos veces fue coqueta compañera y hace años vive en casas de otros. Sudáfrica se vislumbra como un nuevo y asombroso capítulo del rey que muere y renace repetidamente. Quizá después de eso, cerrado el balance a favor o en contra, ya no se le pueda pedir más. Aunque con él nunca se sabe.